
El comisario Cruces tenía debilidad por una tasquita cercana a la comisaría, que regentaban Marisa y Damián, un matrimonio ya entrado en años, cuya oferta gastronómica era reducida, pero de calidad. Marisa se movía entre los fogones y su marido atendía a la parroquia.
―Hoy tenemos callos de bacalao con garbanzos y codorniz escabechada ―dijo aquel mientras ponía el servicio―. ¿Van a beber vino? Me han traído un mencía del Bierzo que levanta a los muertos.
―Trae una botella ―respondió el comisario―, que no nos vendría mal algún milagro.
Marchó el hombre a diligenciar la comanda, dejando espacio a los dos policías para hablar de sus cosas.
―Hay nuevos resultados de las autopsias, Alfredo ―solo el comisario Cruces llamaba a Mambo por su nombre de pila―, ya se ha identificado el veneno causante de las muertes, se trata dela Frenotoxina-61,una sustancia sintetizada a partir de neurotoxinas botulínicas, que afecta el nervio frénico paralizando el diafragma; en menos que canta un gallo provoca la muerte por asfixia. Es relativamente sencillo cultivar la bacteria, pero se necesitarían unas instalaciones adecuadas, un laboratorio bien preparado, y alguien con amplios conocimientos de química.
La presencia de Damián con la botella del mencía detuvo la exposición del comisario.
―Hoy la comida es de lujo, mi señora prepara los callos de bacalao como nadie y los escabechados son su especialidad ―dijo el hombre en el tiempo que tardó en descorchar la botella dejándola sobre la mesa, para enfilar de inmediato rumbo a la cocina y ocuparse del resto de la comanda.
―Es una sustancia que se utilizó a mediados del siglo pasado en la producción de insecticidas, pero que fue prohibida por su altísima toxicidad ―puso el acento en el dato Cruces, antes de dar un sorbo a su copa de vino―. Quien esté detrás de esto no es un cualquiera.
La variable de sor Sacramento aparecía en todas las ecuaciones de Mambo, pero se cuidó mucho de avivarla ante el comisario; aquella mujer le había provocado sensaciones que no podía precisar y se resistía, también por experiencia, a que lo evidente fuera el único camino a seguir. Por sí sola, la investigación iba a ir por allí y sabía lo tentador que resultaba para los cazadores de medallas, una presa tan desarmada como Lola.
»Estamos recopilando un dosier con todas las personas que tengan algún vínculo con el convento ―dijo el comisario tras la primera cucharada de bacalao―; es un trabajo arduo, porque son muchas, pero no queda otro remedio, al menos se puede decir que estamos perimetrando el problema. Además, voy a mandar un equipo de la científica para que evalúe si en el laboratorio del colegio se puede sintetizar esa toxina.
Apartó ligeramente el plato ya vacío, y tras limpiarse los labios con la servilleta, bebió un sorbo del berciano con evidente agrado, y tras unos segundos de reconciliación con el hedonismo, siguió hablando.
»Tú sigue trabajándote el terreno. Estoy esperando que el juez me conceda la autorización para hacer un registro exhaustivo del colegio. Es complicado, no vayas a creer, hay mucho interés en mantener esto fuera de los círculos mediáticos; las familias que están detrás de Santa Afra son poderosas y este tipo de publicidad les provoca urticaria.
Todo eso se lo podía haber dicho Cruces por teléfono, no le estaba descubriendo ningún secreto que mereciera la confidencialidad y a Mambo le molestaba socializar más allá de lo imprescindible.
El maridaje cremoso de los garbanzos y el bacalao, junto con el ahumado del pimentón, hacían del plato una fiesta para los sentidos, que se veía realzada con el toque frutal del vino y compensaban tener que aguantar el muermo de la aburrida melopea del comisario; eso obraba un poco como disuasorio de la misantropía de Mambo, haciendo más llevadero su creciente malestar.
»Te mando todo lo que averigüemos en cuanto haya algo definitivo, mientras tanto mantente alerta y recemos para que no haya más muertes, con estas ya tenemos suficiente fregado encima.
A pesar de las bondades culinarias de Marisa, resultaba difícil responder a cualquier estímulo gastronómico mientras el dolor siguiera ganándole la partida a la oxicodona, y Mambo no estaba disfrutando plenamente de la comida.
—Estoy considerando una pista, comisario, pero todavía es demasiado débil para elevarla a prioritaria —dijo echando de menos el leño de marihuana que había compartido con sor Sacromonte—, y no quiero aferrarme a lo que parece más obvio; no me gustaría meter la pata como un novato.
La botica de la monja seguía siendo el único cabo del que tirar, pese a que Mambo estaba convencido de que era como una de esas paradojas gráficas que muestran escaleras imposibles, como la de Penrose, que parecen conducir a algún sitio, pero no llevan a ninguna parte. Además, la sola idea de que Lola tuviera algo que ver con aquellas muertes, le producía un desasosiego extraño, despertaba en él emociones que hacía tiempo creyó haber desterrado de su vida. No cabía duda de que aquella mujer no le era indiferente.
—Sabes que confío en ti, Alfredo―la voz de Cruces sacó a Mambo de sus pensamientos―. Sigue trabajando a tu ritmo; de mantener a raya a las fieras me encargo yo. Hay demasiados apellidos ilustres enredados en esta trama y te juro que se hacen notar, pero me las arreglaré.
―¿Unos orujitos de hierbas, comisario? Invita la casa. Me lo mandan de Fillaboa y no hay cosa mejor para una buena digestión ―decidió Damián acelerar el final de la comida.
Se despidieron en la puerta del bar. Cruces partió en dirección a la comisaría; Mambo, plantado en la acera, decidía si volver al colegio o acogerse al sagrado de su casa.
En santa Afra le esperaba una línea de investigación entorpecida por la inquietante presencia de sor Sacromonte y no le apetecía seguir el contrapunto blasfemo de la tentación, que bailaba en los labios de aquella monja especial, que fumaba porros, olía a salvia, cúrcuma y crema hidratante, además de poseer unos ojos verdes en los que naufragar parecía un destino.
Por otra parte, los analgésicos estaban comenzando a obrar efecto y nada le parecía más gratificante que adormecer el sufrimiento del cuerpo arrellanado en su sofá, liberando a John Coltrane de alguna de sus prisiones de vinilo, junto con un generoso trago de ginebra nacional.
Ganó la Nordés, con una piedra de hielo.
