
El Instituto de Tecnología de California, Caltech para los íntimos, es una institución dedicada a la ciencia, la investigación y la ingeniería fundada en 1891, que goza de un merecido prestigio internacional, por contar en su nómina de honorables con más de una treintena de premios Nobel en medicina, física y economía.
Su lema es «Truth Shall Make You Free», lo que traducido a la lengua del imperio, viene a ser algo así como «La Verdad Te Hará Libre», una proposición absolutamente discutible, sobre todo entre políticos pancistas, empresarios corruptivos, carteristas metropolitanos, tertulianos a sueldo, operadores de telefonía móvil y facinerosos diversos en general; colectivos todos que comparten algo más que el ADN, cualquiera que sea su especialidad delictiva.
Pero volvamos al Caltech, donde un ejército ecuménico de acreditados científicos imparte doctrina y realiza valiosas investigaciones en una extraordinaria e incesante actividad, que a lo largo de sus más de cien años de historia parece haber terminado por agotar los caladeros de la experimentación, dejando a la comunidad de sabios sin un mal enigma que llevarse al microscopio.
Puestas así las cosas, a falta de pan y para no padecer hambruna intelectual, se han tenido que aferrar a lo primero que pasaba cerca y ello no era otra cosa que una modesta e inofensiva mosca vulgar; una drosophila melanogaster, despistada ella, que tras ser sometida a interminables y muy costosas sesiones de estudio, ha terminado por desvelar uno de los secretos, hasta ahora mejor guardados por su especie, a saber: por qué es tan difícil matar a una mosca.
Eso que nos tenía a todos con el corazón en un puño, uno de los arcanos más inquietantes de nuestro siglo, la pregunta sin respuesta, que colapsaba el resuello de la comunidad científica mundial y alrededores, el misterio tan celosamente guardado por el mosquerío militante, su insólita estrategia defensiva, por se ha revelado:
«Cuando la mosca percibe una amenaza, su cerebro calcula su localización, un plan para escapar e idea una posición óptima para apartarse en dirección opuesta. Posteriormente, el insecto salta y escapa».
Así, como suena. ¿Cómo te ha quedado el cuerpo?, que diría un castizo.
Han sido necesarias toneladas de talento al servicio de la investigación científica, adobadas con una más que segura y millonaria inversión de dólares, para concluir que la mosca —como haría cualquier otro ser mortal en caso de apuro—, cuando percibe el peligro, se cerciora de por donde vienen los tiros, busca la mejor manera para salir de naja y desaparece a la velocidad del rayo.
Seguro que el descubrimiento de estos cerebros del California Institute ot Technology es importante y la humanidad saca provecho del asunto, pero a simple vista de ignorante confeso, no parece necesario un esfuerzo, financiero e intelectual, tan enorme para demostrar que la mosca reacciona ante el peligro como cualquier hijo de vecino, porque si se le ve venir, con cara de mala leche y un bate de béisbol en la mano —esto si es en los EE.UU, que aquí un garrote de fresno nos sirve igual—, nadie se queda a averiguar las intenciones del prójimo y las drosophilas melanogaster serán pequeñas, guarrillas y un incordio, pero no tienen un pelo de tontas; como algunas lumbreras del Caltech, que con tal de asegurarse la subvención, son capaces de proponer un riguroso estudio etnológico sobre la evolución de la jota murciana, a partir de los ritos de iniciación másais en el Serengueti.
O si no, al tiempo.
