
¡Hay que joderse! Me hago viejo y a todo tengo que sacarle reparo —la vida empieza a no quedarme bien, me viene ancha o tira de la sisa, según coja el día—, me he convertido en un maníaco-depresivo de manual, antesala del avance inexorable de la senilidad, lo sé, soy consciente, pero…, ¿vértigo?
Cuando alguien propuso el reto de escribir sobre el tango, por un decir, había materia, emociones, sensualidad, cuernos; metías la cuchara y te salía el cocido hecho; igual ocurrió con vender el alma, un clásico, se viste solo, anda que no dio juego, y de la invisibilidad ni hablemos; un filón creativo de narices, hasta se han hecho películas, no digo más; incluso cuando se propuso máscara como desafío, las plumas tuvieron a su disposición un goloso arsenal de travestismo carnavalero. Pero ¡¿vértigo?!
Leo en alguna parte que se define como una sensación subjetiva de movimiento, de giro del entorno o de uno mismo o de precipitación al vacío sin que exista realmente. Pues vale. Así visto, viene a ser como una reunión familiar con cuñados de por medio —me digo—, pero con un leve toque surrealista de abstracción. Y me agarro al concepto como un percebe a su roca.
El cuñado —mayormente, porque la cuñada suele ser más lúcida y empática—, tiene superpoderes, es una enciclopedia doméstica peligrosa, pontifica sobre cualquier asunto, con aplomo y autoridad vaticana, goza de un prestigio familiar de tal calibre, que dificulta argumentar sus opiniones en contrario y a poco que te descuidas, te envuelve en un peligroso vórtice de sabiduría callejera, precipitándote al vacío del absurdo existencial. Si encuentras otra definición de vértigo te la compro.
Por un cuñado, tu esposa hace que sigas la dieta del ajo en ayunas, «que es lo mejor para prevenir los males del corazón, me lo ha dicho Mariano, uno que hizo la mili conmigo en Melilla y es enfermero en el clínico» —cuñado dixit—. Sí, tu mujer, la madre de tus hijos, esa santa que cuando vuelves por la tarde del trabajo y pretendes darle un beso, te hace la cobra porque: «¡Ay, hijo, menuda peste!, pero oye, más vale prevenir, que en tu familia son muy de infartos».
El mismo que la convence de pasar las vacaciones en la casa que tienen tus suegros en Cercedilla, arrancando hierbajos del jardín, para más tarde encañar los tomates en el huerto y rematar el día con unas manos de minio a la verja por aquello de combatir el óxido; todo ello en lugar de esos quince días de vino y rosas por la Toscana, que tenías apalabrados con la agencia de viajes de El Corte Inglés. Una segunda luna de miel para celebrar las bodas de plata, pero según él, «donde esté lo de aquí, que se quite todo, María, te lo digo yo, que he viajado mucho».
Viajar, dice, a la vendimia en Francia, cuando era joven, y dos veces a Andorra, más recientemente, para comprar Viagra.
Y te contaría más —«Manolo hazle caso a mi hermano y lleva el coche al chapista ese, amigo suyo, que nos hará precio». Las puertas no cierran; se cuela el agua por el parabrisas cuando llueve y me hace un ruido, como de grillo, que no consigo saber de dónde sale—, sin embargo, no quiero aburrirte con esa sensación subjetiva de movimiento, de giro del entorno, de precipitación al vacío, que me envuelve cada vez que veo a mi jodido cuñado.
Pero volviendo al tema que nos ocupa. Vértigo… ¡¿Qué carajo se puede escribir sobre un asunto así?! Por más que me esfuerzo no se me ocurre nada; encefalograma plano; afasia intelectual.
Lo siento, yo paso.

¡Pues me gustó mucho!
Los temas familiares y encima mezclando el ambiente energético generan mucho VERTIGO…
No siempre se tiene que hacer un texto de ficción; este es perfecto y válido.
Apapachos y flores. 🤗🙏🌷🍀
Gracias, amiga, tú sí que derrochas energía positiva. Apapachos a montones.
Gracias, Luisa. Apapachos a capazos.
Gracias por tu tiempo, consuegro. Lo que hace el cariño.