DIEZ MORENITOS

Y en las riberas de los ríos crecieron árboles y plantas que dieron frutos generosos y suculentos, de entre los cuales la mandarina resultó ser la preferida del dios, que se dijo: «De todas las maravillas que he creado, esta es la más complaciente a mis sentidos y bueno sería compartirla con algún ser inteligente, fuerte y bello, hecho a mi imagen, que valore las cualidades de esta fruta, me alegre la vista y, de paso, alivie mi soledad». Así dijo Athannarike. «Será una criatura justa, independiente, amable y bondadosa, la pareja ideal que complemente mi grandeza».

―¡Niña, cuelga ya, que llevas media hora pelando la pava y va a subir el teléfono una barbaridad, coño! ―rezongaba la madre desde la cocina, pendiente tanto de las croquetas, como del roneo de la chiquilla con el noviete de turno.

―Mamá, que ha llamado él ―susurraba la muchacha, tapando con la mano la bocina del auricular.

Resulta que, según los del Ministerio de Relatividad Espacial, a la curvatura del espacio-tiempo le ha salido un poco de chepa; nada grave, al menos de momento, pero debe ser corregida, por no sé qué cosas raras de la supersimetría, que viene a ser como una aplicación para emparejar partículas y unificar fuerzas.

En mala hora, quién lo iba a pensar; no veas lo mal que está la profesión, hay fantasmas a patadas, cualquier pelagatos con una sábana y conexión wifi se cree el rey del inframundo amamantado a los mismísimos pechos de Caronte. Ahora los llaman youtubers, influencers, tiktokers, streamers, vloggers, podcasters, y lo malo es que lo petan, los muy jodidos, se han hecho con el mercado de lo paranormal estando en vida; eso sí que es gordo. Intrusismo profesional descarado.

Por fin, los médicos dieron con la tecla y se acabó la tragedia; la vida volvió a fluir como antes, se abandonaron las cautelas y las autoridades proclamaron la vuelta a la normalidad. ¿Normalidad, seguro, como antes?

El patio de luces es una buena caja de resonancia que facilita la comunicación entre vecinos y los pulmones de Sagrario, que funcionan como el fuelle de un órgano catedralicio, saben sacarle el máximo partido.

El anillo era una brasa incandescente que palpitaba en la palma de su mano, un infierno líquido haciéndose fuerte en las entrañas, como el que debió padecer Abelardo después de la castración, solo que al clérigo le quedaba el consuelo de una Eloisa enamorada. Aflojó el puño y el aro cayó al suelo con un tintineo metálico, casi alegre, insultante, que ahondó todavía más en la herida de un corazón desgarrado por el desamor. No tuvo fuerzas para recuperarlo, como tampoco las tuvo para luchar por ella. La había dejado marchar y ya no quedaba nada en este mundo que justificara su existencia.

«Amelia, sé que esta carta nunca te va a llegar, pero ya me conoces, tengo querencia por documentarlo todo, qué sé yo, en alguna vida anterior debí ser policía, registrador…

«Contigo, hasta la luna se siente un simple foco de callejón: sin magia, sin chiste». Pero a ver, tarado, si la jodida es bizca, garrosa y le canta el alerón. A ti lo que te pasa es que no mojas desde la toma de Troya, andas más salido que la lengua de un perro y con tal de tocar pelo te enganchas a un cepillo.

Chilines vivía arrejuntado con Maruja «La Sastra» en una buhardilla del callejón de Las Cuatro Esquinas. Ella era una mujer vivaracha, con mal carácter, que iba por las casas de la vecindad haciendo labores de modista, mientras procuraba mantener las constantes vitales del domicilio conyugal; luego, al atardecer, se pateaba las tascas del barrio hasta dar con el ciego, que a esas horas, doblemente entre tinieblas, tenía muy complicado encontrar solo el camino de vuelta a casa.