
Mire usted, señor juez, yo no soy un matarife, ¡qué horror! ¿A quién se le ocurre? Pero es algo superior a mí, que me acompaña desde pequeño, innato, podría decirse, no lo puedo remediar. ¿Excesivamente detallista quizás? ¿Intransigente tal vez? ¿Algo pitagórico en lo tocante a la última esencia de las cosas? Llámelo usted como quiera, pero hay una voz interior, un mandato supremo, algo, que me dice: «Jasón, sé caritativo, alivia el sufrimiento callado de esta pobre criatura, enmienda el onomástico error, con el sacrificio de su vida»
No, no me venga también, su señoría, con la milonga de la esquizofrenia, porque no estoy loco, no soy un sicópata, ni un asesino en serie, ¡qué estupidez! ¿Llamaría usted criminal al funcionario que aprieta el tornillo para agarrotar a un reo condenado? No, ¿verdad?, estoy convencido de ello. Es pura lógica, impulso, cuestión de confianza y créame, ganarse la mía es complicado, mi nivel de exigencia es muy alto.
Mis dos primeras víctimas, por llevar un orden —la organización es fundamental en la vida de las personas honradas; la anarquía es patrimonio de los imbéciles—, el matrimonio de carniceros, Abel y Lucía. ¿Se los imagina usted, señor juez, haciendo a cuartos un cordero, despellejando un conejo o apañando morcillas? Claro que no, es inconcebible. Uno tiene que desconfiar por narices.
Un carnicero feliz debe tener un nombre más contundente: Matías, por decir alguno que sugiere costillares al horno, solomillos con pimientos, asaduras encebolladas. Y su mujer debería llamarse Conchi, como una amazona del despiece de pollos y fileteado de pechugas. Su destino estaba marcado por una potencia jerarca: colgar, ensartados por la barbilla, de sendos ganchos de carnicero en la sala de despiece.
Lo del segundo es de manual, no hay quien lo discuta. ¿Me va a negar usted, señoría, que Luis es un nombre de médico rural?
«—Don Luis, vengo por lo de la tensión; hace mucho que no me la miro.
—¡Sagrario, hija mía, que viniste por lo mismo anteayer!
—Pues eso, una eternidad».
¿Qué pinta un párroco de pueblo llamándose Luis? No es creíble, inspira prevención, yo no me fio. Lo suyo es que lo bautizaran Anselmo, Cándido, Inocencio, nombres de cura, vamos. ¡Pero Luis! No sabe nadie lo que me costó provocarle un síndrome de realimentación, a fuerza de embutirle obleas por gastrostomía endoscópica percutánea como si fuera un capón.
Qué quiere usted, no puedo hacerme el sueco, mirar para otro lado, es superior a mí, van provocando.
Sin ir más lejos, Prudencio Galván, campeón del mundo de moto GP. ¡Cómo va a ser un as de la velocidad, alguien que se llame Prudencio! Eso no se lo cree nadie. Lo suyo es opositar a notarías y ejercer la profesión en Venta de Baños, que es una población respetable e importante nudo ferroviario. Fue complicado, para qué negarlo, enchufarlo al tubo de escape de la moto por vía anal, para que reventase como un globo de monóxido de carbono.
Vale, me habré cargado siglos de tradición, pero Melchor, Gaspar y Baltasar no son nombres regios y taumatúrgicos. Mi desconfianza en este caso, además, viene avalada por años de decepciones experimentales. Nunca me trajeron el tren eléctrico, la bicicleta o el scalextric, todo fueron calcetines de invierno, calzoncillos de felpa y lápices de colores. Pero no vaya usted a pensar, señor juez, que en esto hay algo personal; para nada, solo son negocios. Un rey ancestral que se precie debe llamarse Alarico, Teodoredo, Wamba —aunque este suene a anuncio de zapatillas—. Cargárselos por sobredosis fue sencillo, como siempre van rodeados de camellos.
En fin, señor juez, que usted lo entiende, porque no hay nada más conveniente para un magistrado que llamarse Moisés, incluso Zacarías o Ezequiel, nombres rotundos, serios, que imponen respeto, pero Agapito…, ¡vamos, no me joda! «Preside la sala su señoría Agapito Simplón». Nada fiable. Inapropiado. De chiste. Así que le ruego cooperación, porque es Nochebuena, tengo a la familia esperando en casa, y eviscerar a un tipo que no para de resistirse va a resultar complicado, pueden darnos las uvas. ¡Sea usted razonable, hombre, que estamos en Navidad!
«We wish you a merry Christmas
We wish you a merry Christmas
We wish you a merry Christmas
And a happy New Year»
