
—¡Eh, tú, la nueva! ¿Cómo te llamas? Yo soy Gala y llevo aquí, esperando destino, un montón de tiempo. Mola mucho ese color que te han puesto; aunque digan que el rosa pálido ya no se lleva, chica, lo que es a mí, seré muy clásica, pero me fascina. Vale que el blanco combina con todo, pero si estamos a eso, yo prefiero el negro, que es más elegante, donde va a parar, y muy sufrido para las manchas. Pero oye, que me enrollo. Tengo ese defecto, lo reconozco, no sé callar. Es que he llevado una vida muy solitaria, demasiados años sin hablar con nadie y ahora, claro, es superior a mí, no paro.
»¿Te puedes creer que es aquí, en este desguace para sanitarios, donde he tenido la oportunidad de hacer amigos por primera vez en toda mi existencia? Sola, casi ciento cincuenta años sola, en ese regio cubículo, apartada de todos, como si tuviera la peste. Y algo de tufo quedaba siempre, sí, pero no era culpa mía, que buenos pozales de agua me gastaba encima, para estar siempre limpia y dispuesta, pero, aun así. La gente dirá lo que quiera, pero ser taza de váter en una casa real no es ningún chollo. Sí, váter, porque lo de inodoro es un eufemismo pijo; que los reyes tendrán sangre azul —y tampoco—, pero lo que es cagar, oye, como cualquier hijo de vecino, y de inodoro nada, te lo juro, mi niña.
»Me instalaron, cuando reinaba Trifonio IX y hasta hace cuatro días, como quien dice, he estado comiéndome las miserias de esa real estirpe, porque en la intimidad del escusado es donde esta gente se vacía por dentro, una especie de confesionario en el que aligeran culpas y desmanes. «Por sus frutos se conoce el árbol», dice el evangelio de San Lucas (6.11), y no le falta razón.
»Algunos defienden que somos pozos de sabiduría y, por mi experiencia, afirmo que es cierto, porque muchos miembros de esta familia soberana —que fue la mía hasta antes de ayer, como quien dice—, han depositado en mí lo mejor de sí mismos. ¡Cuántas horas de introspección habrá acumuladas en mi porcelana! Sin contar el tiempo que los regios nalgatorios ocuparon en sostener con sus dueños interesantes debates metafísicos sobre la vida y la muerte, cuando el estreñimiento hacía inevitable el esfuerzo cerebral. Porque fuera de esas ocasiones, encefalograma plano.
»La muerte, otro tema recurrente en el espacio filosófico del retrete. A todos nos iguala, dicen los resignados que se acogen a la propuesta evangélica del último recurso. Pero sí, por los cojones. No hace falta llegar a ese extremo, te lo digo yo. Imagínate al monarca de turno, agarrado a mi asiento de madera, la cara congestionada por el afán y los Calvin Klein por los tobillos, hechos un gurruño. ¿Hay o no, igualdad? Sí, la hay, doy fe.
»En fin, que a mí me cambiaron por vieja. ¿Te lo puedes creer? Después de las tragaderas que he tenido yo con esa familia. En mi lugar han puesto una taza de váter japonesa, inteligente, dicen, de esas que llevan chorrito de agua caliente y secadora, incorporados. Pero tengo entendido que no va a durar mucho, porque se maneja con un joystick para gestionar la dirección e intensidad del manguerazo, y las infantas se pasan las horas muertas…, pues eso, haciendo introspección. Pero al rey, que es más antiguo que unos calzoncillos sin elásticos, lo que le tiene mosca, es que el príncipe heredero también ha desarrollado esa querencia y eso a su majestad no le mola nada. Creo que están pensando en volver al sistema tradicional. Es que nunca se conforman con nada.
»A todo esto: ¿cómo has dicho que te llamabas? No me lo digas, deja que lo adivine, porque tienes pinta de no ser de por aquí. Antes había mucho apellido Roca, pero se ha ido perdiendo. Por cierto, tengo yo una anécdota, que le ocurrió a un bidé, primo mío, que se fue a currar a Inglaterra; allí sí que se han tomado siempre muy en serio la intimidad del cuarto de baño, con decirte que hasta 1901, en que fue suprimido por Eduardo VII, existió el cargo de Groom of the Stool, el limpia culos del rey, y había tortas entre los nobles para conseguir semejante privilegio. Pero volviendo a lo de mi primo…
