
Querida Amelia:
Esto es un no parar, hija, aún no hemos salido de una y ya estamos metidos en otra más gorda. Todo son movidas y de lo más chungas, reina, y siempre nos toca a los pringadetes bailar con la más fea, lo mismo que allí abajo: madrugar para ir al curro a ganarnos la muerte de cada día, terminar la jornada hechos puré y rezar para que no aparezca alguna divina ocurrencia y nos complique la vida. Luego dicen que venimos aquí a descansar en paz. ¡Una mierda!, con perdón. Te cuento la última.
Al padre de Yeshua hace tiempo que se le ocurrió montar el Apocalipsis, una superproducción de la leche con guion de Juan Evangelista. Es del género de terror, muy en plan Tarantino, con muerte, destrucción y evisceraciones sangrientas por todas partes. Hace siglos que intenta llevarlo a la gran pantalla y no para de hacer un casting tras otro: guerras, pandemias, genocidios… Ahora parece que va en serio, no tienes más que poner la tele: Trump, Elon Musk, Putin, Netanyahu, por nombrar a cuatro jinetes, pero hay cantidad de meritorios haciendo cola para hacerse con el papel. En fin, a lo nuestro.
Resulta que se les fue la mano a los de efectos especiales haciendo zancochos y, de la noche a la mañana, apareció un agujero negro en medio de la urbanización. Pequeñito, del tamaño de una boca de riego, pero se traga todo lo que se le arrima.
―Anda, Miguelico, tú que eres tan mañoso, mira a ver ―me pidió la madre de Yeshua, que me ha cogido cariño.
Para allí que me fui. No veas la cantidad de gente que había curioseando a distancia. Por un por si acaso, yo iba preparado con medidas de protección: una cuerda atada a la cintura y el otro cabo a una farola; tecnología punta.
―Se acaba de tragar a mi cuñado ―me abordó uno de camino al agujero.
―No te apures que te lo saco en un pispás ―quise tranquilizarlo.
―Ni se te ocurra, es un plasta de narices, el «listo» de la familia. Me tiene hasta los cataplines, el jodido hermanito de mi señora.
Cosas de familia. Yo a lo mío, en plan torero, desfilando al centro del ruedo, con el público aplaudiendo. En el fondo me sentía importante.
―Se acaba de comer las bragas de la Rosi, la del portal siete, la Bombi ―gritó uno.
Y aquello se convirtió en un mar de confusión: «¡Coño ya me gustaría a mí hacer lo mismo». «¡Mariano que te he oído!». «¿Pero la Bombi iba dentro?». «Parece que sí». «¡Joder, el hijoputa de mi cuñado, hasta para eso tiene sueOrtografíarte, cabronazo!». «Miguel, te cambio el curro».
El universo machirulo se desbocó: «¡Pipas, cacahuetes, farlopa!». «A partir de ahora los calzoncillos te los va a lavar la Bombi, Mariano». «Pero Conchi, mujer, no te mosquees, que era broma. ¡Dónde van a parar tus bragas! Con una tuya da para siete de la Bombi». «¡Y mandará un ejército de arcángeles, que bajará a forraros a hostias!». «¡Hala, ya está el cenizo de san Malaquías en plan profético!». «A ver, no empujar que yo estaba primero». «Yo me tiro». «¿Al pozo, a la Bombi?». «O al Miguelico, me da lo mismo, pero voy a por todas». Esto último me hizo considerar la posibilidad de llamar a los antidisturbios. Oye, mano de santo. Cuatro hostias bien dadas y se calmó el personal.
Luego vino un tipo todo despeinado, medio loco, Alberto, dijo llamarse, que me empezó a comer la oreja con un rollo de no sé qué de E=mc²: «Prueba a dividirlo por π; oye, quién sabe…». En estas que me asomo al pozo y me veo a la Bombi, con el culo pegado a la pared, pálida, desencajada y un palo de fregona en las manos, con el que mantenía a raya al cuñado del tío de antes, que bufaba como un toro, un negrito de los del top manta, empeñado en colocarle un bolso de Luis Putón, y a un señor bajito y gordo, enfundado en un chándal del Carrefour, de esos culibajeros, que enseñan toda la hucha, cantándole baladas de José Luis Perrales. Apocalipsis en estado puro, pobrecica mía.
Total, que vi un interruptor en el borde del pozo, lo puse en posición «off» y listo, se terminó la función. Oye y la Bombi tan contenta, que no se me despega, todo caramelo, la tía, y uno no es de piedra, qué quieres.
En fin, Amelia, cariño, que no eres tú, soy yo y mira a ver si allí abajo encontráis el interruptor, porque de lo contrario os va a oler el culo a pólvora en menos que canta un gallo.
Este que te quiere (más o menos).