
Querida Amelia:
Yo soy así, maña, me conoces, meses sin sacar tiempo para ponerte unas líneas y ahora no puedo refrenar esta pulsión comunicativa que me ha entrado contigo, corazón. Debe ser culpa del curro, que no me llena, o el garrafón que nos mete Jacob en «El 69», ve tú a saber, pero es que estoy de bajona, con un muermo de la leche, haciéndome barbaridad de preguntas y como hay confianza e hiciste primero de sicología, pues eso, mi amor, que nadie mejor que tú para entenderme.
En realidad, esto viene de largo, lo que pasa que he ido dejándolo estar y al final, como suele ocurrir, me ha pillado el cuelgue en el peor momento.
Todo empezó en el cumpleaños de Yeshúa. Me invitó, como hace siempre. Cae por Navidad, fíjate qué coincidencia, pero como son malas fechas, lo celebran después de Reyes. Otra vez estábamos en el solsticio de invierno y parecía que el del año pasado se hubiera cerrado antes de ayer; eso me hizo pensar en la volatilidad del tiempo.
La gente cree que en la eternidad se ralentiza, como si adquiriese esa especie de bradicardia extrema que sufren los cuerpos cuando viajan a la velocidad de la luz, que todo pasa a cámara lenta, como si el futuro no tuviera prisa en llegar. Pero no, en la vida eterna, lo mismo que allí abajo, las historias, grandes o pequeñas, repiten sus hitos con la misma rutinaria, enervante y puntillosa regularidad; solo hay una diferencia, que la expectativa de lo infinito hace mucho más aburrido el presente.
¿Qué hacemos? ¿Quiénes somos? ¿Lo que vemos es cierto o, como dicen algunos, somos parte de una realidad virtual y esto es Matrix? ¡Ay, Amelia, menudo come, come, llevo dentro!
La verdad es que no me hacía mucha gracia ir al sarao, porque es un rollo peludo, créeme. Son una familia muy larga y viene gente de todo el mundo: chinos, escandinavos, señores del Amazonas en taparrabos, mormones. Hay un tipo bajito, barrigudo, con bigote, de la India, empeñado en que el mundo descansa sobre las espaldas de cuatro elefantes que viajan en el caparazón de una tortuga y eso, Amelia, cariño, con un par de cervezas nada más, para que te hagas una idea del marrón que es la jodida fiesta. Viene a ser como en casa de tus padres por Nochebuena, pero con muchísimos más cuñados.
La cosa se pone dura de verdad con los turrones y el cava. Ahí siempre se lía gorda, porque la peña ya va cargada, suben los decibelios, sale la política a relucir y se jodió la paz:todos quieren ser el que la tiene más larga.
—Yo hice el mundo en seis días y con una mano atada a la espalda. —El padre de Yeshúa tiene mal vino y casi siempre es el primero en abrir el sendero de la discordia.
—Estás borracho, tío, no digas memeces. Yo, Unkulunkulu, emergí del vacío y creé la tierra a partir de dos rocas; luego hice un hombre y una mujer con ayuda de las hierbas. Eso sí que es echarle un par, y de dominio público; les tengo puesto un pleito a los del Guinness por no tener reconocida la hazaña.
El que dice eso es africano, feo como él solo, esmirriado; se cubre con un sombrerete de plumas y lleva un piercing de hueso en la nariz.
—Y tanto que te ayudaste de la hierba, mogollón, porque solo dices tonterías. En el principio, el espíritu del mundo se hallaba disperso en un caos enorme, pero tomé conciencia de ello y me hice a mí mismo. Soy Ra el dios del Sol.
El egipcio es todo un personaje, se lo tiene muy creído, mira a todo el mundo por encima del hombro, así como de medio lado, y va de autosuficiente.
—Estáis todos como cabras. En el comienzo fue el Caos. De ahí surgieron la Madre Tierra o Gea, el abismo del Tártaro y Eros, la personificación del amor y la fuerza procreadora. Gea tuvo dos hijos, Urano y Ponto, quienes fecundaron a su propia madre. Con Ponto tuvo a diversas criaturas marinas y de su unión con Urano nacieron tres monstruos de cien manos y cincuenta cabezas llamados Hecatonquires y otros tres llamados Cíclopes, por tener un solo ojo.
A ver, Amelia, a mí el griego me mola, porque cuenta unas historias increíbles de adulterios, infidelidades, incesto, zoofilia, voyeurismo, en fin, cochinadas que me ponen palote, hija, qué quieres. Pero con Zeus se acaba el momento diplomático y empieza la refriega: «Pervertido, que solo sabes dar por el saco y transformarte en bicho para ligar con tías raras». El padre de Yeshúa no es, para nada, fan del griego y le manda obuses a la entrepierna. «Mira tú quien habla, el palomo cojo, que para ponerse cachondo necesita montarse un trío. Háztelo ver, querido, que hay otras maneras de sacarse el cuerpo de penas, trilero». Y Zeus, que siente aversión por todo lo trinitario, le devuelve la cortesía con idéntica mala leche. «Sí, como los que haces tú con Afrodita, menuda pájara; se ha zumbado a todo el panteón olímpico y aún le quedaron ganas para darse una vuelta por la Tierra y tirarse a Anquises». Vuelan las dagas, como puedes apreciar, y los dos van a calzón quitao, sin freno. «Corazón, cuida esa lengua, que está el niño delante». La madre es muy sobre protectora. «¡No me jodas, María, que el niño tiene más de dos mil años y percebes en la bolsa escrotal, coño!».
¿Te das cuenta, Amelia, cariño? Exactamente lo mismo que allí abajo. Une merdeé aristotélica en estado puro: «Así en la Tierra, como en el cielo», Amelia. Por encima y por debajo de la Luna, locos con carnet, gobernando el Universo con la fiabilidad de un mono con un martillo, dándole cuerda al reloj en sentido inverso, para devolvernos a la Edad Media. Y tú, yo, todos, somos parte del mismo circo, cómplices por omisión, idiotez o interés bastardo. ¡Qué jodido estoy, vida mía!
—Anda, Miguelico, vamos fuera a liarnos un peta —me rescató Yeshúa al verme tan perjudicado anímicamente—, que mi padre filtra muy mal el vino y cuando se enzorra da muy mal rollo. Lo mismo se le pone en las gónadas mandarme otra vez a redimir a la humanidad y no estoy por la faena.
En fin, que ya no tengo ganas de seguir aguándote el día, Amelia, me despido.
Sé que te estás liando con mi amigo Ricardo; no te lo reprocho, eres joven, necesitas liberar tensiones y otra cosa no, pero Richi lleva una sobrecarga de feromonas que te cagas. No es de fiar, ya te lo he dicho antes, pero allá tú. Solo algo más te advierto: si te dice «cierra los ojos y abre la boca», ni se te ocurra, Amelia, por tus muertos; te va a dejar la cara como la radio de un pintor. Estás avisada. Por lo demás, sé feliz.
Este que te quiere.
