
Ya se ilumina el faro, Merceditas; nuestro faro. La de atardeceres veraniegos que hemos disfrutado juntos, saboreando un dry martini en la terraza del espigón mientras veíamos caer su beso de plata sobre los veleros, como dice la copla. ¿Te acuerdas?
Lo que te gustaba a ti, la Piquer, y por encima de todas sus canciones, Tatuaje: «Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga, había la tristeza / doliente y cansada del acordeón». ¡Qué tiempos, amor mío, cómo te echo de menos! Ahora solo me quedan estos ratos que paso hablando solo, contigo, aquí, en el cementerio, sentado a tu arrimo, viendo cómo acude el mar a la bocana del puerto, atraído por el guiño insinuante de esa linterna cómplice.
¿Sabes?, ayer murió Hans. También era rubio como la cerveza; es lo que tienen los alemanes, eso y una predisposición genética a la flatulencia, dicen que derivada del excesivo consumo de birras y chucrut. Más que buen vecino, siempre fue un amigo, casi un hermano, tan cordial y atento. A ti te quería un montón.
Angelines, su mujer, está destrozada, pobre; ha perdido la razón, desvaría. Fíjate cuánto, que al darle el pésame me cogió de las manos muy fuerte y mirándome a los ojos con tristeza me dijo: «¡Un santo, Benito, has sido un santo! Pero tranquilo, hace años que ya no se le ponía dura». Sin sentido, Merceditas, sin sentido.
Sí, ya lo sé, nunca te hizo gracia Angelines. Te empeñaste en que me tiraba los tejos y yo le hacía caso; una tontuna que se te metió en la cabeza. ¿De dónde iba a sacar yo tiempo para amoríos perversos, si me pasaba la vida en la carretera con el camión? Me iba tranquilo gracias a ellos, que te hacían compañía. La de veces que, a la vuelta, encontraba a Hans en nuestra casa arreglando alguna gotera; porque mira que nos dio problemas la puñetera casita en aquellos tiempos. Siempre se jodía alguna cosa justo cuando yo no estaba, hasta la cama se te vino abajo un día, qué risa. Nunca entendí cómo pasó aquello, porque era robusta, aguantaba buenos meneos, lo sabes bien, y aquella noche dormías sola, yo estaba de viaje. En fin, menos mal que era un manitas y la dejó como nueva. Te adoraba, Merche, el jodido kartoffeln. Igual que a una hermana.
¡Ay, el faro! Aquí está de nuevo, sincopando recuerdos con su destello.
A veces se pasaba un poco, todo hay que decirlo, como cuando al volver de Soria, me lo encontré despatarrado en nuestro sofá, en calzoncillos y pimplándose un buen vaso de aquel güisqui caro, que yo guardaba para las ocasiones. Se lo perdoné porque me dijiste que había pasado a arreglarte, no sé qué de unas humedades, y al ser verano, pues el hombre iba fresquito; los dos, que tú también andabas ligerita de ropa, corazón. Nos teníamos mucha confianza, ¿verdad, amor?
¿Qué habrá querido decir Angelines con eso de que ya no se le ponía dura? La verdad es que me ha dejado un poco mosca. Lo mismo me pasó aquella vez, a la vuelta de un porte que resultó más corto de lo previsto.
No estabas en casa. Abrí una lata de cerveza y me salí al jardín a tomármela tranquilo. Al rato apareciste tú en bragas. Venías de su casa y te quedaste de piedra, al verme. Luego resultó que habías estado con Angelines, probándote lencería; tampoco era tan grave el asunto.
¡Jodido faro, ya está otra vez aquí! No sé por qué, pero hoy estos fogonazos de luz vienen a iluminar recuerdos olvidados y me están poniendo nervioso.
Oye, espera, espera, ahora que caigo. Aquello pasó en octubre, me acuerdo bien, y por esas fechas, ella se iba a su pueblo, en el Bierzo; no se perdía un magosto por nada del mundo, de manera que… ¡Merceditas, no me jodas!
«¡Un santo, Benito, has sido un santo! Pero tranquilo, hace años que ya no se le ponía dura», me ha dicho, y yo pensando que estaba con el muermo del luto.
¡Hala, el faro! Parece que hoy le han dado cuerda y va a toda hostia. ¿Beso de plata sobre los veleros? ¡Por los cojones! Menudo día me está dando a mí la lucecita.
¿Qué humedades te arreglaba, Hans, Merche, hijaputa? Y yo, como lo que soy, un gilipollas, creyendo en las bondades de la amistad. Claro que te quería un montón, pero… ¿igual que a una hermana? ¡Una leche!
«Sois mi familia», decía el mamón, «Luisito, como si fuera mi hijo». ¡Copón, ya, con el faro!
Y el niño es rubio, como la cerveza. ¡La madre que te parió, Mercedes! ¿El pecho tatuado con un corazón? Unos cuernos de ciervo, me voy a tatuar yo en los…
Me cago en tus muertos, Merceditas, la mar salada, los veleros y en la Puerta de Brandeburgo.
Sabes qué te digo: que os den a los dos. Aquí te quedas, que te zurzan, y me llevo las flores. Aunque me esperes toda la eternidad, te juro que ya no vuelves a verme el pelo. Y voy a tirarle piedras al faro, a ver si lo chino por joderme la vida.
¡Con lo tranquilo que se vive en la ignorancia, por Dios!

