
«Te dije azul, Antoñito, azul, príncipe azul, coño, y este es más negro que las gónadas de un grillo». Recuerdo ese día como si fuera hoy, pobre Antoñito, qué bronca se llevó.
Tenéis que entenderme, ser el padre de la Bella Durmiente no resulta fácil, es para vivirlo, que visto así, desde fuera, todo parece muy bonito, pero tener a la niña tumbada en el sofá, todo el día sobando y sin dar palo al agua… Vale que es un hechizo, que le puede pasar a cualquiera y tal y cuál, pero son muchos años así, oye, en mi pellejo os querría ver. Pone de los nervios al más templado.
Porque en el cuento lo pintan todo de color de rosa: Llega el príncipe azul, le da un morreo a mi niña, se despierta y, hala, a ser felices y a comer perdices. ¡Un mojón como la copa de un pino!
Las primeras veces aún aguantaba un poco despierta: un mes, dos, no más, luego volvía a ponerse modorra, se le cerraban los ojitos y a la que te dabas cuenta ya estaba otra vez como un tronco. Vuelta a empezar; a buscar un sustituto aparente: otro casting, otro príncipe, otro beso, y cada vez duraban menos los efectos, si antes eran meses pronto pasaron a ser semanas, luego días y, al final, tras el piquito, Bella abría un ojo, miraba al príncipe de turno de arriba a abajo, lo volvía a cerrar y seguía durmiendo tan ricamente. Por eso tengo presente el día que Antoñito nos trajo a Mkia Mrefu —más tarde supe que en suajili significa «Rabo Largo».
«Majestad azules no quedaban, y le juro que he buscado hasta debajo de las piedras, este es lo más parecido que había y es príncipe; africano, sí, pero al fin y al cabo de la realeza».
Pobre Antoñito, qué mal rato pasó, porque yo no terminaba de verlo claro; recuerdo bien lo que le dije:
«Pero hijo mío, ¿tú lo has visto bien?, es enorme, nos saldría por un ojo, anda que no debe comer la criatura, y en taparrabos. ¡Joder, Antoñito! Bueno, lo de taparrabos es un decir, porque se le ve casi una cuarta, por debajo del trapo. Al menos podías haberlo traído en chilaba, no sé».
Ahora me río, pero el cabreo que llevaba yo aquel día era para verlo y sufrirlo. Mi pobre secretario sudaba tinta china intentando salir del paso.
«Pues ha venido con el uniforme de gala, señor, que allí, en la tribu, van con todo al aire, como Dios los trajo. Yo probaría con él, si me permite la sugerencia; como suele decirse, el no ya lo tenemos».
Y así se hizo, total no se perdía mucho: «Otro fracaso más —pensé resignado mientras le pegaba un repaso visual a Mrefu—, pero ya que estamos».
El protocolo fue el de siempre: llegamos a la habitación de Bella, que dormía plácidamente, le dijimos al muchacho qué se esperaba de él; lo entendió a la primera, se fue a por ella, le comió el boquerón y…
Bella abrió solo un ojo, como venía haciendo las últimas mil veces anteriores. «Se acabó —pensé —, ahora echará la persiana, se pondrá de medio lado y vuelta la burra al trigo. ¡Qué cruz, Señor!». Pero, sí, sí, una leche.
Le pegó un barrido ocular al príncipe de chocolate, empezando por el penacho de plumas que le adornaba la cabeza, pero cuando llegó al borde del taparrabos…, oye, como si le hubieran dado a un resorte saltó el otro ojo y ya con los dos espabilados, medio salidos de las órbitas y redondos como platos talaveranos, abrió la boca, se relamió, golosa y dijo: «¡Papi, qué será lo que tiene el negro!».
Y qué quieres, hasta hoy, oye, que no pega ojo; tres años largos y cada día se la ve más despierta y llena de vida. Estoy que no quepo en mí.
A mi Antoñito se lo llevaron de ojeador otras princesas de cuento de hadas y el tío gana un pastón; yo hice buenas migas con mi consuegro, el padre de Mkia Mrefu, y paso largas temporadas en su tribu, cazando elefantes y bichos grandes. Esas cosas están mal vistas aquí, en casa, pero la gente no sabe nada y si algún día se enteran ya tengo preparada la disculpa: «Lo siento mucho —diré poniendo cara de pena—, me he equivocado y no volverá a ocurrir», y colorín, colorado…
Ya está, se acabó la historia, aquí os quedáis, que me han salido unos bolos por el golfo pérsico y llego tarde.

como siempre…10!!!
Gracias, amigo, por dedicarme tu tiempo.