
«Dirán lo que quieran, pero esta es la mejor hora del día para echar la siesta del carnero, nada más almorzar. ¡Jesús, María y José, cómo estaban los torreznos! Aquí, al arrullo del confesionario, con este solecito mañanero que adormece el espíritu colándose por la celosía de la ventanita, el lardo todavía caliente esmaltándote los labios y ese dulce regurgitar del carajillo de anís, que se te viene a la boca con cada regüeldo. ¡Señor, qué paz!»
—Ave María purísima. Perdóneme, padre, porque voy a pecar.
«¡Vaya por dios, un friqui! A falta de sitios que hay para ir a dar por el saco y me tiene que tocar a mí!»
—Mal empezamos, hijo, si vienes aquí pasándote por el forro el dolor de los pecados. ¿Dónde queda el arrepentimiento, la reparación, el propósito de la enmienda y esas cosas? Si no quieres pecar, no peques, ¡coño!, pero no andes incordiando, que es muy mala hora; además, esto tuyo se llama premeditación, alevosía y está muy mal visto, solo faltaría que fueras a pecar contra el sexto para acumular el desprecio de sexo como agravante y que se te caiga el pelo.
«Dios qué gasecito me está viniendo; esto es la cerveza, que favorece la flatulencia. Aguanta Fermín, que como se escape aquí dentro lo de Auschwitz se va a quedar en una broma».
—Pues mire, sí, sexo hay, pero no mío; yo me quedo en el quinto, porque pienso matar a mi señora y, cuando le eche el guante, al hijoputa que se la está trajinando últimamente. Pero luego me arrepiento, no se apure usted, aunque antes me hago un guisado de criadillas como que hay dios.
«La cosa promete, habemus cornua,lo mismo no echamos la mañana en balde, mira tú».
—Hijo mío, haz cuenta de que lo mismo te precipitas y solo son figuraciones tuyas. ¿Estás seguro, no estarás poniendo mal en donde no lo hay? ¿De qué hierro eres tú, criatura? Anda, dime.
«Yo me conozco todas las ganaderías, porque después de la tienta les da un come, come pesaroso y vienen a confesar; sabiendo el nombre de la dama tendremos hecho culposo o no».
—Pater, mi señora se llama Dolores Lacueza de Quiñones, lo de «Quiñones» es por servidor y puro eufemismo, porque es de dominio público, mi Dolores, digo.
«¡Coño, Lolita la Tetas! Buena vacada, sí señor, la reina de las capeas, incluso ha itinerado por algunos pueblos de la redolada. No me extraña que este pobre ande más mosca que un pavo en un concurso de villancicos».
—A ver, hijo, aunque el secreto de confesión me ate las manos, no seré yo quien salga en defensa de la honra de tu señora, que sí, para qué negarlo, lleva fama de liviana, pero no es la única del lugar, aunque sí la de mayor caché, y eso siempre ayuda a la economía familiar. ¿Vas a echarlo todo a perder por un «quítame esas pajas»?
«Fallo mío, mentar la cuerda en casa del ahorcado, pero ya está hecho»,
—¡Joder, padre, con la sutileza! ¿Les hablan a ustedes de empatía en el seminario? No hace falta que me pase por los morros la lista de servicios, que me la imagino, y sí, en casa vivimos bien, hasta nos damos caprichos, pero… ¿Y la dignidad, dónde queda?
«Ya estamos con la tontería. Si es que esto del confesionario no está pagado, coño. ¿Cómo le explico a este que la dignidad es como una manta que te queda corta, si tiras para arriba te destapas los pies y si para abajo, se te hiela la cabeza. ¡Jesús, qué cruz!».
—¿Tu gracia, hijo mío…?
—Fulgencio, padre.
—Mira, Fulgencio, para qué nos vamos a engañar, llevas unos buenos cuernos, sí, de ciervo con muchos años de berrea; por Navidad, les cuelgas bolitas y te ahorras el árbol, vale, Pero la Lola es prieta de carnes, lozana y querendona.
«¡Joder que se me ve la pluma, hostias, estoy perdiendo reflejos!».
»Lo sé por otros, no vayas a pensar mal, ya sabes que los curas no…, en fin, que para ti la mercancía es gratis y no te puedes hacer idea cómo andan los precios, hijo. Luego está lo de tu curro: seguro que con la cosa doméstica boyante, tú no te matas a hacer horas, ni tienes que chuparle el culo al jefe para tenerlo contento y lo que pierdes en dignidad por un lado, lo ganas con creces por el otro. Esas cosas hay que tenerlas en cuenta. ¿Vas a matar la gallina de los huevos de oro por un calentón?
«Lo estás arreglando con las metáforas, Fermín, vaya mañanita me llevas».
—Hombre, visto así, la verdad es que compensa, digamos que también pueden llevarse dignamente unos buenos cuernos. Qué quiere que le diga, me siento mucho mejor, más liviano, ya no me pesan tanto. Lo que hace tener estudios, pater, cómo le ven ustedes el lado inteligente a las cosas. ¡Anda, que no habrá cuadros mucho peores que el mío! ¡En qué estaría yo pensando, por favor! Me voy contento, mire usted. Gracias.
«Es que, en el fondo, son como niños, angelicos».
—Pues venga, aligera, que el carajillo de anís es emoliente y tengo los torreznos en la pista de despegue; no aguanto más. Para que digan que el sacramento de la confesión es un camelo. Ego te absolvo a peccatis tuis, márcate un par de avemarías, ve en paz y deja cien euros en el cepillo al salir, que más cara te habría salido la cosa en abogados, tontolculo.
