
Por fin pude identificar en el capitán del NZ Special Air Service, las tropas de élite del ejército de Nueva Zelanda, Kamaka Rawiri, como el mismo gigante que vimos en Stonehenge rodeado de turistas japoneses, y disfrutaba de un apetito envidiable, si este se medía por la voracidad con que estaba dando buena cuenta de una abundante ración de huevos fritos, salchichas y alubias, un típico desayuno inglés, solo el té tradicional había sido sustituido por una jarra de humeante café americano. Günter Swulzert no le iba a la zaga; su plato no rebosaba como el del maorí, pero estaba igualmente bien surtido. Mi estómago, sin embargo, todavía bajo los efectos de lo acontecido la noche anterior, era reacio a recuperar la normalidad, no había pegado ojo y el gris plomizo que lucía la mañana, quizás no fuera el elemento cicatrizante, necesario para mi maltrecho estado de ánimo.
—Convendrán conmigo, que en las actuales circunstancias no es prudente que regresen a Inglaterra —hizo notar Kamaka señalándonos con el trozo de salchicha que llevaba ensartado en su tenedor—, en realidad, si he de serles sincero, de momento no van a encontrar seguridad en ninguna parte, lo de anoche no fue un atraco frustrado, la acción de unos delincuentes comunes, un pillaje fácil perpetrado contra dos turistas despistados; deben desechar esa idea, si ha pasado por sus cabezas. Con sus investigaciones sobre el papiro de Al Ghoreifa, han llamado demasiado la atención, se han buscado enemigos peligrosos, que parecen dispuestos a quitarlos de en medio.
Engulló la salchicha y tras rebañar del plato los restos de huevo frito con un generoso trozo de pan, siguió su discurso con la misma neutra emotividad que supongo habría puesto haciendo inventario de la lista de la compra.
»Son buenos en lo suyo, saben matar a la gente sin levantar sospechas, como quedó patente con Julius Müller y Thaamir-el-Kaber, por eso me extraña la torpeza de anoche. No tiene sentido hacerlos viajar hasta Normandía para destriparlos en medio de la calle al abrigo de la bruma nocturna. Son asesinos altamente refinados y discretos, créanme.
—¿Está usted insinuando que el doctor Müller y Thaamir fueron eliminados? —no pudo ocultar Swulzert su sorpresa—. ¿Por qué motivo alguien querría hacerles daño? Es ridículo.
A mí también me costaba admitir que un personaje tan excéntrico y hasta si se quiere entrañable como Thaamir-el-Kaber supusiera una amenaza para nadie y así lo hice notar, sumándome al criterio expresado por mi amigo. El capitán Rawiri no parecía estar de acuerdo.
—No siempre somos lo que aparentamos. A veces ocurre que bajo la discreta apariencia de un padre de familia normal y corriente, que pasa la mitad de su vida sometido a la rutina de un trabajo gris, carece de vigor social y cumple fielmente sus obligaciones religiosas los fines de semana, se esconde la compleja personalidad de un asesino en serie. Thaamir-el-Kaber era una de esas singularidades. No, desde luego, un criminal, ni tan siquiera un hombre de acción, pero sí uno de nuestros mejores agentes en Oriente Medio, que llevaba trabajando más de dos décadas para nosotros.
—Perdón, capitán, cuando habla usted de «nosotros», ¿a quiénes se está refiriendo exactamente? —quise saber.
—Al MI6, escritor, el servicio de inteligencia exterior del Reino Unido, del que Thaamir-el-Kaber era un valioso referente en la zona; su pérdida, además de la incuestionable conmoción emocional, nos causó un gran trastorno organizativo.
—¿Thaamir-el Kaber era un espía, eso quiere usted que creamos? —el doctor Swulzert no salía de su asombro.
—Bueno, si prefiere llamarlo de esa forma, sí, nuestro común amigo era un espía y de los mejores. Müller, por contra, solo era un eminente arqueólogo que se topó en Al Ghoreifa con algo mucho más letal que una maldición faraónica, ambos tuvieron esa mala fortuna. Thaamir supo enseguida que la muerte de Müller no había sido natural y que el siguiente en la lista era él, por eso quiso entrevistarse con usted en El Cairo, doctor Swulzert, para ponerlo al día de sus progresos con el papiro. Sin embargo, se encontró con el señor Llywelyn, que no debería estar allí, pero que, como suele decirse, pasó en el peor momento por el sitio equivocado, colocándose, sin proponérselo, en el punto de mira de los asesinos.
Aquella revelación estaba terminando de romper la última barrera defensiva que le quedaba a mi sistema nervioso para no colapsar. ¿Cómo había llegado a esta situación absurda? Yo solo quería escribir un libro sobre el supuesto maleficio de Tutankamón, era mi trabajo, ¿a quién podía haber molestado por ello? La historia me superaba, estaba viviendo una cruel pesadilla y mi cerebro era una olla a presión a punto de explotar. El doctor Swulzert se encargó de poner en palabras mis sentimientos.
—Capitán Rawiri, habla de un grupo de asesinos, una organización criminal, por lo que deduzco, bien conocida por usted, pero ¿a qué obedece su animadversión hacia nosotros?, ¿qué amenaza podemos suponer para ellos?, ¿existe alguna manera de que acabemos esta investigación de una pieza?
El maorí sacó una petaca de piel y nos ofreció un cigarrillo, que ambos rechazamos. Tenían una forma extraña, no eran cilíndricos, sino ovalados, de origen turco y con un fuerte aroma especiado.
—Es una historia antigua, que se remonta a la Alemania de 1935, con el Partido Nacionalista Obrero Alemán consolidado en el poder. Hitler ya había sido nombrado Canciller y los nazis dominaban la política del país. Pero las aspiraciones del Führer se proyectaban más allá de las fronteras alemanas, quería dominar el mundo e iba a necesitar toda clase de ayuda, incluso la paranormal a la que estaba tan ligado. Elevar el nazismo a la categoría de creencia indiscutible resultaba primordial para que la sociedad alemana lo aceptara ciegamente, con fideísmo religioso. Fue entonces cuando dio orden de crear la Deutsches Ahnenerbe, o «Sociedad de Estudios para la Historia Antigua del Espíritu», una secta paracientífica, que sería la encargada de llevar a la práctica el delirante plan del dictador.
»Al frente del proyecto, Hitler colocó a uno de los miembros más destacados del Partido, obsesionado por los temas ocultos: Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, que profesaba una devoción sin límites a «las fuerzas desconocidas que nos rodean». La Ahnenerbe era el epicentro ideológico del que emanarían las nuevas creencias del pueblo alemán en materia identitaria, de tradiciones y religión; tenía el favor incondicional del gobierno y recursos económicos para conseguir que el mensaje calara en todos los estratos de la sociedad. Desde sus inicios contó con el apoyo de sociedades secretas, determinados círculos masónicos le facilitaron el acceso a los salones de la aristocracia berlinesa y no pocos mandatarios nazis abrazaron sin reservas el credo de esa nueva fe.
El cielo se había cubierto de negras nubes que amenazaban tormenta, apenas entraba luz natural por las ventanas y tuvimos que encender la lámpara rústica que colgaba del techo. Desde fuera llegaban los sonidos propios de una actividad agrícola: ir y venir de maquinaria, ruidosos tractores, gruñidos porcinos. Kamaka volvió a llenar la jarra de café y siguió con su narración.
»A finales de 1944 Alemania tenía perdida la guerra, pero Hitler, en su locura, aún creía en el milagro. Su programa para conseguir la bomba atómica estaba muy lejos de hacerse realidad, en parte por el empeño de los aliados en bombardear sistemáticamente las instalaciones donde se trabajaba para lograrlo y, según algunas fuentes, debido al sabotaje interno llevado a cabo por algunos científicos poco simpatizantes con el régimen nazi. Sea como fuere, terminada la guerra, todos ellos acabaron trabajando, bien para el proyecto Manhattan estadounidense, o en la Unión Soviética a las órdenes de Zeldóvich, Sájarov, Gínzburg y Davidenko, siempre bajo la atenta y amenazadora vigilancia de Lavrenti Beria.
»A principios de 1945, los servicios de inteligencia aliados dirigieron su atención a las actividades de la Ahnenerbe y más concretamente a su departamento de ciencias esotéricas, dependiente de Friedrich Hielscher y Wolfram Von Sievers, dos personajes oscuros que gozaban del favor y admiración de Himmler. Según los informes recibidos, el Führer estaba a punto de disponer de un arma devastadora de procedencia estelar, supuestamente articulada en torno al culto a un dios superior, tan antiguo o más que el universo; uno entre los elegidos de un formidable panteón de divinidades cósmicas todopoderosas, implacables y letales cuya liturgia, Hielscher y Sievers estarían en condiciones de restablecer, poniendo su inmensa fuerza destructora al servicio de los intereses del Tercer Reich. La clave para reactivar esa devoción maldita tenía que ver con el corazón momificado del Rey Niño, oculto en alguna ubicación secreta a punto de ser descubierta por la Ahnenerbe. Hitler tendría en sus manos un arma mortífera, inimaginable, colosal, el poder de un dios y las naciones se arrodillarían a sus pies. Pero las preocupaciones de los aliados eran otras en aquel momento; los nazis habían lanzado la contraofensiva de las Ardenas y el aviso de los servicios de inteligencia pasó de puntillas por el alto mando sin dejar la más mínima huella.
»En mayo de 1945 terminó la contienda; Friedrich Hielscher desapareció del mapa, Wolfram Von Sievers fue juzgado por crímenes de guerra y ejecutado en la horca el 2 de junio de 1948, en la prisión de Lansberg. La Ahnenerbe dejó de tener actividad, los soviéticos trasladaron a Moscú la mayor parte de sus archivos y la secta pasó a ser historia. Sin embargo, eso no significó su muerte. Antiguos miembros se ocuparon de mantenerla en estado de hibernación hasta la década de los 60, que resurgió con el apoyo de nostálgicos del Tercer Reich, sociedades secretas escindidas de movimientos francmasónicos corrompidos en sus principios fundacionales y la savia nueva aportada por el fenómeno neonazi.
Un fuerte trueno hizo vibrar los cristales; la tormenta presentaba sus credenciales sugiriendo un alto en el testimonio de Kamaka, que aprovechó el paréntesis para preparar más café. Una recia cortina de agua impuso el cese de toda actividad en la granja. Swulzert se acercó a la ventana para contemplar el espectáculo que ofrecían las fuertes rieras de agua formadas por el ímpetu de la lluvia y a los últimos rezagados que corrían a los cobertizos para guarecerse del temporal. De alguna manera, los sonidos del aguacero, el aroma que desprendía cafetera y la actitud relajada de mis dos compañeros, produjeron en mí un agradable efecto balsámico. En la chimenea, un tuero ya convertido en potente rescoldo, seguía calentando la habitación, me sentía protegido tras aquellos gruesos muros de piedra, a cubierto de las inclemencias del tiempo y fuera del alcance de cualquier amenaza. Kamaka volvió a tomar la palabra.
»En el MI6 la reactivación de la Ahnenerbe no pasó desapercibida, entre otras cosas porque pronto se vio vinculada con elementos terroristas de extrema derecha, fundamentalistas y grupos del crimen organizado. Se sabía de su participación en el tráfico de armas y explosivos, materias tóxicas susceptibles de ser utilizadas para matar personas y drogas de todo tipo. Pero el hermetismo que rodeaba a la Ahnenerbe era tal, que nunca llegamos a penetrarla hasta el punto de conocer quién o quiénes estaban al mando de la organización, solo pudimos identificar a los soldados y hasta un nivel de jerarquía que estaba muy lejos de la cúpula dirigente. El sistema de comunicación que emplean es complicado y suponemos que la cúpula está formada por muy pocas personas, media docena como mucho, y con una posición social de altísima relevancia, que los hace inmunes a cualquier forma de investigación.
»Pero su verdadera razón de existir sigue siendo el culto a ese credo blasfemo y antiguo, como la creación del mundo. Su deidad principal es el dios Cthulhu, el mismo Ekeltu-Alu, que menciona el papiro de Al Ghoreifa. Dispone de un ejército de leales, listos a inmolarse por la causa y créanme, si les digo, que no todos sus guerreros son de naturaleza ciento por ciento humana. Sabemos que participan en rituales que incluyen sacrificios de personas y su objetivo de cabecera sigue siendo el mismo que perseguían en 1945: encontrar el corazón momificado de Tutankamón, que según sus creencias actuará como catalizador para el gran cataclismo universal, que tendrá lugar cuando despierte su satánica deidad. Como pueden suponer, el MI6 no da credibilidad a esas presuntas fabulaciones, pero la evidencia de demasiados sucesos inexplicables, el carácter visionario de la secta y su estrecha relación con el mundo del terrorismo hace que se siga manteniendo a esa organización bajo estrecha vigilancia.
Swulzert abandonó su observatorio en la ventana y se reintegró al grupo, tomó asiento, espantó con el dedo algunas evidencias del desayuno que todavía quedaban sobre el mantel y alargó su jarra con la intención de que Kamaka le escanciara una generosa ración de café.
—Tratándose de un servicio de inteligencia altamente eficaz como el MI6, con todos los medios materiales y humanos de que dispone, sería un insulto poner en duda lo acertado de sus pesquisas —hizo un breve alto el alemán para llevarse la taza a los labios—, estoy convencido de que manejan información de primer nivel y saben cómo utilizarla. El enigma que se nos propone hoy, capitán, se documenta en un papiro con más de tres mil años de antigüedad y un código absolutamente desconocido, que presumimos pertenece a un período de la protohistoria todavía más lejano en el tiempo. Una profecía críptica, que se apoya en documentos heréticos forjados en la demencia blasfema de unas almas condenadas, que aún tardarían siglos en ver la luz. Todo apunta a que estamos ante una paradoja. Sin embargo, yo no creo que lo sea; a lo largo de mi carrera he visto lo suficiente como para enfrentarme sin prejuicios a lo inimaginable. Sé que su organización busca una respuesta razonable, para nada confían en el mundo de lo oculto y en sus arcanos; pero por mera curiosidad, ¿qué vías han seguido para llegar hasta aquí y, si es posible conocerlo sin violentar ningún secreto oficial, hasta dónde alcanzan sus conocimientos al día de hoy?
El maorí meditó unos segundos la respuesta.
—Fue el profesor Müller quien abrió el melón, herr Swulzert. A él se debe la intuición que llevó a considerar el código de Al Ghoreifa como un índice que apuntaba a fuentes documentales relacionadas con el ocultismo y los ritos antiguos. Tuvimos conocimiento de ello a través de Thaamir-el-Kaber, acceso a bibliotecas y archivos normalmente cerrados a la curiosidad de la gente y nuestros criptógrafos hicieron el resto. La intención de Thaamir era que usted, doctor, siguiera progresando en el estudio del papiro, sabía que la muerte de Müller no había sido por causas naturales e intuía para él la misma suerte, pero entonces apareció usted, escritor —dijo dirigiéndose a mí—, para su desgracia, me temo, y la cosa se enredó todavía más.
»No es la primera vez que el MI6 debe trabajar en el terreno del ocultismo, la teosofía o cualquier otro tipo de paraciencia, pero las conclusiones a las que llega están cuidadosamente pasadas por la criba de la racionalidad, por lo que posiblemente difieran bastante de las que ustedes hayan obtenido. Sabemos que la Ahnenerbe está preparando algo importante; una acción terrorista de gran alcance, según nuestros analistas, en algún punto sin determinar del Pacífico Sur, lo que abarca una cantidad enorme de posibles objetivos; pero tampoco se descarta una maniobra de distracción y que en realidad pretendan atentar contra metas más septentrionales: Japón, Estados Unidos, Corea del Norte…; un ataque contra alguna de estas potencias podría desatar un conflicto internacional de alto voltaje, incluso provocar el holocausto nuclear.
»No sabemos cuándo piensan atacar, pero sí que se están preparando para hacerlo de forma inminente. Siguen un ceremonial pagano que solo es efectivo en determinadas fechas y de acuerdo a una singular conjunción planetaria, que no volverá a darse en muchos años, siglos, quizás. Por eso se mueven deprisa, sin el sigilo y meticulosidad que usan habitualmente, con imprudencia, lo que justificaría el ataque de anoche. Según el MI6, la terminología esotérica que utiliza la Ahnenerbe, forma parte de un código tras el que se esconde un lenguaje ordinario. No estarían, pues, buscando, en realidad, el corazón momificado del faraón, sino una contraseña secreta, material nuclear o información reservada, que les permita desatar el terror.
Volvió a sacar un cigarrillo de su pitillera y tras compactarlo, golpeando suavemente uno de sus extremos contra la mesa, lo encendió. Por un momento pareció ensimismarse con el seguimiento de las volutas de humo azul que caracoleaban hacia el techo. Pero enseguida volvió a la realidad y continuó hablando.
»Si quieren conocer mi opinión, no descarto en absoluto la literalidad de lo descubierto hasta ahora. Estoy convencido de que sí necesitan el corazón del Rey Niño para invocar el favor de ese poder cósmico tremendamente destructivo, porque su propósito continúa siendo dominar a la humanidad por medio del pánico. Y les diré más, el rastro que vengo siguiendo desde hace varios meses, conduce a la obra de Pickman oculta en la cripta del Templo de la Flor de Lis. Esos lienzos juegan un papel decisivo en la urdimbre de este complicado telar, no me cabe ninguna duda. ¿Me equivoco, herr Swulzert?
Había dejado de llover y el sol pugnaba por quebrar la endeble resistencia que oponían las últimas nubes. La tormenta se apartaba de la costa buscando adentrarse en el bocage y a juzgar por los sonidos que llegaban de fuera, la granja recuperaba su ritmo ordinario. Sin embargo, la pregunta que el capitán Rawuiri había dejado en el aire abrió una vía a la sospecha, ensombreciendo mi ánimo con un nuevo velo de incertidumbre.
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