
Se enfrentaron cuando Pascasio pudo ocultar parcialmente su desnudez con los calzoncillos de camuflaje; no es inteligente liarse a tortas entre retamas y en bolas porque en las pelambreras se te enganchan los cadillos. Se ponía los gayumbos de campaña siempre que hubiera alguna posibilidad de un «aquí te pillo», en medio de la naturaleza y como la Fuencisla era querendona de suyo, pues eso, que la había.
De no habérselos quitado en un repente que le dio a la muchacha, con toda probabilidad habrían cumplido su función y seguiría allí, apretando riñones en medio del matorral, al abrigo de miradas indiscretas.
Pero era una maniática del sexo sin trabas, a pecho romano, en pelota picada, al natural. La madre que la parió.
—¡Dame el anillo peneano! —hasta eso le había exigido, sin entender que la próstata de un hombre necesita cómplices, a partir de cierta edad.
―Pero Fuenciscla, reina, qué más te dará a ti ―había intentado negociar.
―¡No, cojones, que parece la vitola de un puro! ¡Jesús, qué grima!
Y ahora allí estaban los tres, enzarzados en un barullo de gritos, insultos y manotazos al aire, por un quítame esas pajas, cuando al fin y al cabo de eso se trataba, ¿no?
La trampa estaba preparada, lista, desde el instante en que Pascasio accedió a prescindir del camuflaje culero, porque su revesino entre las retamas en plan allegro ma non troppo, daba la nota, era talmente la imagen de dos calvos vistos por detrás cantando Only you a capela.
Pero cómo iba a saber él que la tal Fuencisla festejaba con su amigo Segismundo, allí presente y hecho una fiera, si a la Fuencisla se le había conocido una larga tropa visigoda de pretendientes: Gundemaro, Ataulfo, Sigerico…
A ver, era de público conocimiento que la chica llevaba cedido el elástico de las bragas. ¡Qué iba a hacer el pobre Pascasio! Pues eso, seguirle la corriente. Al final la cosa se dio así por no discutir. Pero anda, méteselo en la cabeza a Segismundo.
Ahora lo veía claro; una trampa, sí, del destino. «Rebollones a porrillo, con lo que ha llovido estará el pinar cuajadico, y la Fuencisla tiene olfato para las setas, es como un perro trufero». Para las setas y para los hongos, ¡anda que no le tiraba el champiñón a la jodida!
Pobre Pascasio, víctima de las circunstancias, el qué dirán y del come, come, que se le mete por los adentros cuando huele a chirla.
Ya lo dijo Pata Negra en los 90: «Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda».

La frase final, siempre me ha encantado. Menudo relato, todos los requisitos cumplidos. El anillo, ains el anillo.. jajajaja. No imaginaba donde entraría en el relato y mira tu dónde tiene su lugar.
Eres uno de mis escritores favoritos y está parte en la que derochas humor y sabiduría, me encanta.
Gracias, sigo leyendo.