
―¡Niña, cuelga ya, que llevas media hora pelando la pava y va a subir el teléfono una barbaridad, coño! ―rezongaba la madre desde la cocina, pendiente tanto de las croquetas, como del roneo de la chiquilla con el noviete de turno.
―Mamá, que ha llamado él ―susurraba la muchacha, tapando con la mano la bocina del auricular.
Parece que fue ayer, cuando no había móviles para todo quisque y solo se contaba con un teléfono por unidad familiar. ¡Qué tiempos!
Entonces se hablaba a pecho romano. Quedabas con los amigos en el bar de Manolo y no hacía falta nada más: con unas cervezas de por medio, cacahuetes, cara a cara, bis a bis, obrábamos la magia de la comunicación.
―Anda, cuelga ya, no sea cosa que llame tu padre, que luego se cabrea porque siempre está comunicando.
―No, tú, bobito… y yo a ti… que sí, tontín.
Y en casa, a la hora de comer, en la cena, con toda la familia reunida, se hablaba; no había Watshapps, TickTokes, ni distracciones inoportunas. Veíamos juntos la televisión y comentábamos los programas; se debatía, a veces con vehemencia, y si alguno no participaba activamente en la conversación, enseguida suscitaba el comentario preocupado de mamá: «Estás muy callado, Pepito, ¿te encuentras bien?».
Ahora somos islas en medio de un océano cada vez más individualista, asocial y cunde la alarma si Pepito habla en exceso, porque la verborrea descontrolada puede ser un indicativo de mal rollo: «Hijo, mírame a los ojos y no me mientas, ¿qué te has metido?». «Di que sí, mamá, que va hasta el culo de redbull», termina apuntillando la hermana gótica. Penoso.
Antes, para ponerles los dientes largos a tus amigos, tenías que haber hecho algo digno de ser contado, tal que haberte comido una mariscada de récord Guinness en Casa Mariano y solo se enteraban los más íntimos. Ahora subes a Instagram la foto del cruasán mañanero, la cañita del mediodía y el cubata de la tarde noche, porque si no la retransmites en directo, parece que no tienes vida. ¡Qué lástima!
Quedabas con los colegas para jugar al futbol, hacer deporte, darte chapuzones en la piscina, disfrutar al aire libre. Los adolescentes de ahora se enchufan a Internet y pasan horas en la penumbra de sus habitaciones jugando online al Grand Theft Auto V, PUBG Mobile o EA Sports FC 25. Los llaman gamers.
¿Dónde quedó aquella tecnología de vanguardia, que en el siglo pasado espantaba a nuestras abuelas?
―Tú dirás lo que quieras, Mariví, pero la ropa no queda igual de limpia como lavada a mano ―sentenciaba la yaya en la prehistoria de las lavadoras, afeándole a la nuera su escaso espíritu de sacrificio.
Y aunque no se puede negar que son un invento formidable, parte de razón tenía doña Trini, porque las lavadoras actuales, con toda su sofisticación y avanzada gama de prestaciones, todavía siguen comiéndose los calcetines.
Será cosa de la nostalgia, no digo yo que no, pero antes éramos personas, mientras que ahora, bajo el manto de humus de los avances tecnológicos, está creciendo una nueva generación de robots con pinta de humanos: ciborgs les dicen.
Qué quieres, pese a todos los riesgos físicos que implicaba su disfrute, yo sigo prefiriendo la patineta hecha con una tabla y cuatro cojinetes con la que volábamos sobre el asfalto en los 50, al Super Mario Kart 8 de Luxe, con que Nintendo tiene anestesiados a nuestros alevines.
Cuando no había tecnología, éramos tribales, nos gustaba el contacto físico y valorábamos una sonrisa. La gente alimentaba su pensamiento crítico leyendo periódicos, informándose, debatiendo con amigos y contrarios: ahora hemos externalizado todas esas exigencias intelectuales y de elaborar opinión se encargan «X» o «META».
Ningún tiempo pasado fue mejor, partamos de ese axioma; el progreso siempre trae buenas intenciones y nos hace la vida más fácil, pero a veces, a la vista está, tiene efectos secundarios no deseables.
No sé si estaremos a tiempo, pero ya va siendo hora de que se obligue al futuro a venir con manual de instrucciones.

Imagen obtenida mediante IA.
Y qué razón tiene este señor que escribe. ¿Morriña de otros tiempos? Yo solo sé que nos estuvieron metiendo la tecnología en las aulas por el gaznate, horas y horas de formación digital, tablet, pizarras digitales, etc …y ahora el movimiento es contra ellas. Siempre estuve en su contra excepto para lo que verdaderamente era necesario. Y es que ayudaban a comunicar, por ejemplo, al que no podía. Bravo. El resto estoy en esa línea. Espera…
—¡Manoli! (sí mi conga se llama así, no es cuestión de sexo ni igualdad, es que me recuerda a una vecina)— ¡Ya se ha saltado otra vez el pasillo! pero para qué te tengo si voy detrás de tí…
Perdona Armando, tengo que atender a Manoli que se está tragando un cable. 😜☺️🌸❤️