
En el nacimiento de los tiempos, Athannarike, el dios de la sabiduría y la fertilidad, creó los bosques, los ríos, los océanos y viendo que todo aquello era hermoso, lo llenó de vida
Y en las riberas de los ríos crecieron árboles y plantas que dieron frutos generosos y suculentos, de entre los cuales la mandarina resultó ser la preferida del dios, que se dijo: «De todas las maravillas que he creado, esta es la más complaciente a mis sentidos y bueno sería compartirla con algún ser inteligente, fuerte y bello, hecho a mi imagen, que valore las cualidades de esta fruta, me alegre la vista y, de paso, alivie mi soledad». Así dijo Athannarike. «Será una criatura justa, independiente, amable y bondadosa, la pareja ideal que complemente mi grandeza».
Y de un montón de mandarinas creó a la mujer. Se regocijó mucho con ello y, viéndola noble, sensible y sagaz, dijo: «Tú serás la compañera de Athannarike, reina del mundo que he creado para los dos. Te llamaré Parienta» y la desposó.
Parienta, que todavía estaba confusa por la rapidez con que se habían producido los acontecimientos, solo acertó a decir: «Podías haberme forjado a partir de la manzana, que tiene la piel más tersa, así he salido con celulitis de serie, coño, que ya te vale».
Athannarike no supo muy bien qué contestar, pero le prometió inventar la presoterapia en cuanto tuviera un momento libre.
Pasaron los días, el tiempo se hizo viejo y ambos eran felices. La pareja se complementaba al ciento por ciento. Athannarike reconocía en Parienta el remate de su obra, la clave de bóveda que mantenía sólida toda su creación y ella reinaba sobre todas las cosas en igualdad junto a su esposo. Sin embargo, este vio crecer en el rostro de Parienta la sombra de la nostalgia y no pudo por menos que preguntar por el motivo de su aflicción.
―Esposo mío, grande es tu sabiduría y lucidez, por eso has sabido ver en mí la nube negra del sufrimiento. Todas las criaturas que habitan este paraíso y a las que tú has dado el ser, tienen crías, bestezuelas que amamantan con amor y cuidan mientras alcanzan la fortaleza necesaria para valerse por sí mismos y eso es bueno y placentero tanto a tus ojos como a los míos. Pero nosotros no hemos procreado, vamos tardanos. ¿Por qué no tenemos descendencia, antes de que se nos pase el asado?
A punto estuvo Athannarike de atragantarse con el hueso de la ciruela que se estaba comiendo, pues la paternidad no entraba en sus planes: «Al menos hasta haber disfrutado un poco más de la juventud y la vida de pareja», se decía a sí mismo cuando le venía la ocurrencia a las mientes.
―Somos muy jóvenes, chati ―se quejó ante la petición de su esposa―, además, con esto de la creación tengo mucho lío, no hago otra cosa que presentar patentes y el seguimiento posterior del producto me absorbe demasiado tiempo; no lo veo, de verdad, si acaso más adelante.
―Bien, no te presiono, pero si no me das hijos, dame una madre, para que tenga alguien con quien entretenerme cuando tú andas por ahí, a tus cosas ―probó Parienta―, y un hermano, que siempre he tenido la ilusión.
Le pareció ventajoso el acuerdo a Athannarike y accedió.
―Sea como tú quieres ―dijo, tomando en sus manos un buen puñado de limones con los que modeló la figura de una señora mayor―. Esta que aquí ves será tu madre, a la que llamaré Suegra.
Luego, separando un melón de su mata, creó a un joven con pinta de estar cansado de la vida e insuflándole aliento dijo:
―Este será tu hermano, le llamaré Cuñao y me voy, que tengo una convención de dioses y se me hace tarde. No me esperéis a cenar.
―Desde luego, hija mía, no sé qué has podido ver en este hombre ―dijo Suegra en cuanto se quedaron solas―, siempre de acá para allá, sin parar en casa y metiéndose en jaleos; con la de partidazos que andarían detrás de ti; bien podías haber elegido a un notario o a un farmacéutico, que se lo llevan crudo. ¡Anda, que menudo ojo has tenido!
―¿Qué hacemos, pedimos unas pizzas? ―metió baza Cuñao―. Que con las prisas me he venido en ayunas.
La presencia de Suegra pronto se hizo patente en casa de Athannarike y Parienta: «¿Otra vez tienes que reunirte con los otros dioses?». «¿Y ahora en qué estás metido?».«Eso de la geopolítica es un muermo, ya podías crear algo divertido, no sé, la televisión, por ejemplo». «Mira a ver si le prestas algo de atención a mi hija, que la tienes hastiada, todo el día sola en casa». Era un no parar, la señora, y Athannarike vio en peligro su hasta entonces bienaventurada pax domestica.
―Señora, haga el favor de no echar romericos al fuego que ya me estoy arrepintiendo de haberla creado.
―¡Yo, echar leña al fuego! ¡¿Serás capaz?! Pues, hijo, menos que me meto en vuestras cosas…
―Athan, haz el favor de no hablarle así a mi madre o esta noche duermes en el sofá y mira a ver si le creas un amigo a mi hermano, que el pobre no tiene manera de distraerse. Languidece, todo le cansa, se busca entretenimientos bascosos, que dan grima, con decirte que está desarrollando una tesis sobre cómo huelen las ventosidades bajo la ducha; flatulentia sparsa,lo llama o pedo regadera. Su vida es más aburrida que ver a un caracol haciendo yoga.
―Pues que se busque un curro ―respondía mosqueado el dios.
Pero por no discutir, con un montón de piedras creó un hombre y como estaba destinado a ser amigo de Cuñao, pensó Athannarike que no era necesario esforzarse demasiado en dotarlo de inteligencia y puso todo su arte en modelar el cuerpo.
―Te llamaré Mazas ―dijo tras dotarlo de vida―, y serás el guardaespaldas de Cuñao.
Mazas era hercúleo y bello, lo que no pasó desapercibido para Parienta y menos aún a los ojos de Suegra, que no tardó en meterle a su hija ideas raras en la cabeza.
―Parientacita, cariño, ¿te has fijado en Mazas, la pinta de fitness coach que tiene? Está buenorro que te cagas y es un amor de persona, no como tu marido, que tiene tripón cervecero y es más arisco que un gato en remojo.
―Mamá, por favor, que Athan es muy cariñoso y tampoco está tan mal. ¡Qué ocurrencias tienes!
―Pues yo no me lo pensaba. Además, tampoco te vendría mal un poco de ejercicio, cielito, que estás echando culo.
Pudo poco o mucho, Suegra, pero Mazas terminó de personal trainer de Parienta y de las sentadillas pasaron a los estiramientos activos y pasivos, yoga, elíptica, educación postural; en fin, que unas cosas llevaron a otras y cuando Athannarike quiso darse cuenta, se encontró a su pareja ideal haciendo barra fija con Mazas en el lecho conyugal, una demanda de divorcio y la maleta en la puerta.
―¡Ay, hijo, no me mires con esa cara, menos que me he metido yo en vuestra vida! ―le dijo Suegra al dios cuando se cruzaron en el descansillo por última vez.
Y allá que se fue Athannarike en busca de su amor propio, que es el único afecto del que te puedes fiar, porque en toda relación, en cuanto aparece la familia política, indefectiblemente, la pareja ideal deviene en entelequia.
