
Armand du Bovary, decimoquinto barón de La Charbonnière, disfruta de una renta pequeña que su tatarabuelo, Armand José, pudo poner a salvo en tiempos de la segunda revolución, gracias a los contactos que hizo su esposa Joséphine, hija de Dominique Brouard, un boulanger aisé parisino con buenos amigos en la Asamblea Nacional. Al parecer, los efectos que sus prietas hechuras tenían para determinados miembros del gobierno revolucionario, en nada envidiaban a los que suscitaba la guillotina entre la nobleza reaccionaria.
Vivre dans une petite ferme à la campagne normande tiene sus ventajas, más aún si la explotación se encuentra en los arrabales de Lisieux y en ella se elabora uno de los mejores calvados del departamento homónimo. Aire puro, alimentación sana, ejercicio físico adecuado. François Ballarde es el cartero de la zona. Armand y monsieur Ballarde, comparten aficiones: hacen su propia mezcla de tabaco para la pipa, les gusta la buena mesa y son consumidores fieles del excelente aguardiente de sidra que se elabora en la región, algo de lo que dan fe sus sonrosadas mejillas, surcadas por una sutil red de pequeñas venitas azuladas. Ambos adornan sus belfos con sendos moustaches al estilo anglosajón, un adorno facial que es común entre los normandos, y no es esa forma de cuidar el aspecto personal lo único que recuerda en Normandía a los vecinos del canal.
En la Inglaterra victoriana, el cartero anunciaba su llegada con un toque en la puerta; si traía un telegrama eran dos y eso presagiaba malas nuevas. Los telegramas eran caros, por lo que solo se usaban para comunicar noticias importantes, casi siempre la muerte de algún familiar. Por eso, que el cartero llamase a la puerta dos veces, solía poner de los nervios a la gente. Hoy en día, desde que se implantaron los buzones comunitarios, ya no es preciso que llame a tu puerta, aunque también resulta inquietante que lo haga, porque significa que trae una multa de tráfico o alguna notificación del fisco.
La esposa de Armand se llama Emma, de soltera Renaud, no tiene un fino cuello de alabastro ni la cintura estrecha de un reloj de arena, pero sus tripes à la mode de Caen quitan el resuello; es una sinfonía para los sentidos la forma en que logra maridar los callos de ternera con verduras, especias y un toque de calvados. ¿Y su teurgoule? Nunca nadie ha podido resistirse a la glucídica tentación de ese arroz con leche y canela, que emerge del horno tras una suave y lenta cocción.
Monsieur Ballarde no es ajeno a esa seductora propuesta; como buen gourmet está preso en las redes culinarias de la esposa de su amigo y el barón de La Charbonnière no tiene escrúpulo alguno en consentir ese romance. De modo que si a madame Bovary se le ocurre añadir al menú unos moules à la crème―quién se resiste a la nigromancia de unos mejillones cremosos con cebolla y perejil―, pone en marcha el protocolo. L’ami sonne toujours deux fois, y le hace dos perdidas al cartero, para que la granja de los Bovary sea la última entrega de la mañana; invitación sincera a un ménage à trois gastronómico, que Ballarde compensará con una botella de Château du Breuile, para aromatizar los posos del café, mientras ceban las pipas y deciden quien juega con blancas. Luego, e2 e4, la tarde se prepara para una larga y placentera digestión.
No siempre es el cartero quien tiene que llamar dos veces.

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