
«Con Marisa es como si fuéramos hermanas de leche, no tiene nada que ver con serlo de verdad, tú me entiendes; se trata de haber compartido demasiadas cosas juntas, algo parecido a la versión golfa de la fraternidad».
—Arréglame las puntas, cariño, que las llevo abiertas, y a ver si cambias las revistas, que estas ya tienen cardenillo en las grapas, mona.
«Me entretengo con un ejemplar de «Cola», cotilleo marujil en vena. Un número antiguo, que fue trending topic en el pleistoceno».
—Claro, pásame la Visa y me suscribo a Vanity Fair, no te jode. Te voy a poner unas mechas, cielo, a lo Alaska, que le van mucho a tu cara.
«Puñetera Marisa, qué manera más sibilina de llamarme retablo».
—Lo de Alaska son canas corridas, bonita, y no quiero ponerme nada, que bastante socarrado llevo el pelo.
«Es cierto, me da grima mirarme al espejo, luce fatal, sin brillo, apelmazado, viscoso, como el felpudo de una guardería».
—Venga, déjate hacer; tengo una crema nueva, alemana, que nutre una barbaridad, y te recorto un poco, así, media melena, no esta pelambrera silvestre que me llevas. ¡Hija, qué dejada eres, Angelines, por favor! Vas a salir de aquí que no te conocerá ni tu Manolo.
—¡Coño, pues igual se piensa que soy otra y me hace caso! Aunque, total… ¡Uy, qué gracia, mira lo que dice aquí! —le muestro el encabezado de un artículo—: «¿A qué sabe la felicidad?». Felicidad, qué ocurrencia. ¿Tú tienes de eso?
—Pues claro, Nines, hermosa; fresca y del día, no te jode. Anda deja eso y ven que te lavo las greñas.
«Pongo la revista boca abajo en el asiento, me dejo llevar mansamente y acomodo la nuca en el hueco que hace la porcelana. Está frío y es incómodo, algo parecido debió sentir María Antonieta segundos antes de que viera venir la cuchilla».
—Reina, qué bien lo vendes, ponme cuarto y mitad de felicidad, si la tienes bien de precio —bromeo—, hace mucho que no gasto.
«Doy un respingo: el agua está fría. «¡Coño, Isa!», ahora quema».
—Venga, no seas quejica. Ni cara ni barata, Nines, la felicidad depende de una misma, consiste en sentirse bien con los demás, no dar por el culo al prójimo, ser buena gente y no crearse necesidades sin medida, así, a cascoporro. No es más rica la que más tiene, querida, sino aquella que menos vicios cultiva. ¡Jesús qué estropajo de pelos llevas, corazón!
«Y ahora se me pone socrática, la tía, seguro que ha vuelto con el maestro, Braulio, creo recordar que se llama; da clase de no sé qué en el I.E.S., aquí al lado. Yo no le veo consistencia al chico. Sí, es educado, con gafitas, pinta de cerebrín, pero algo le verá esta, digo yo, lo mismo viene muy bien equipado de serie. Hija, en un barrio multicultural como el nuestro, anda que no hay ejemplares mucho más apetecibles que llevarse a la boca».
—Marisa, mi amor, ¿estás saliendo otra vez con Braulio, el profe? ¡Uy, se ha puesto colorada, la muy perra! ¡Será bicho! Anda, pendón, cuenta, ponme los dientes largos, hace mucho que no me como un colín. ¿A qué sabe la felicidad, loba?
—Mira que eres guarra, Nines. Se cree el putón que todas son de su condición; y sí, estamos saliendo, es muy majo, atento y tiene conversación. ¡Y para ya! Venga, vamos al sillón, que te pongo el gel a ver si recuperamos algo aprovechable del matorral amazónico este.
«Me estoy quedando helada; a mí es que las humedades en la cabeza me sientan fatal. Por otra parte, mira tú que más me da que esta se enrolle con quien le dé la gana».
—Isa, reina, que me parece muy bien, allá tú; además, si dices que el chico tiene don de lenguas —no puedo evitar el chiste y yo misma me despeloto de la risa—, pues hija, olé tu chichi serrano. Además, que siempre has sido de letras; por contra, a mí me va más la F.P., ya ves. Mohamed, sin ir más lejos, el morito que trabaja en lo de Juan, el lampista. Está para comérselo todo, todito, todo. Debe ser por el morbo del fontanero o algún síndrome parecido, pero me pone. Ahí, ahí, debe estar la sustancia y el sabor de la felicidad —le muestro la revista, que he sacado de debajo del culo porque me había sentado encima.
—Cariño, que santa Lucía te conserve el oído, porque de vista andas fatal. Mohamed es más vegano que una cabra montesa; con tu Manolo no te digo que no se le moviera un pelo, pero contigo…
«Qué gustito me está dando el masaje en la cabeza, se me pone carne de gallina y todo, ¡por dios!»
—¿Quieres decir, mi morito? ¡Jesús, qué desperdicio! Una pena. Ahora que si es por mi Manolo, se lo regalo y de propina le doy el jarrón de los chinos que me endilgó mi suegra en Navidad; pero la VISA no sale de casa, eso ni de broma. ¡Ay, mi Mohamed, qué desilusión! ¿Oye y Kalid, el frutero? Es de Pakistán, me parece, y tampoco está nada mal; pelín de tripilla, si quieres, pero un aquí te pillo tiene. ¡Tía, dame la revista!
«Me la ha quitado de las manos, la muy borde. Qué susceptible está, por dios. Lo mismo le ha bajado la regla».
—Te la confisco, que me tienes hasta el putiglán de la taba, con el sabor de la felicidad y la madre que te parió. Siete hijos, tiene el frutero, pregúntale a su mujer a qué le sabe la papaya y tira al secador, que menuda mañanita me estás dando.
»Niña, anda, coge dinero de la caja y tráete unos capuchinos para las tres, a ver si esta le pilla el gusto a la felicidad de una puñetera vez, ¡hostias!
So happy together

Así, precisamente así, imagino yo las conversaciones en las peluquerías femeninas… 😂😂
Muy, muy, muy bueno, como todo lo que escribes
¿Qué tal por Granada?
Pasadlo bien, pareja.
Besicos.
En el Ave de regreso, ya casi llegando. Bonita ciudad, lo hemos pasado muy bien
Bienvenidos.
Que bueno. Cuando lo leí ayer, me imaginaba a las yayas en su salsa. Jajajajja