RELATOS

Vivir del cuento

Al frente del grupo, como coach y moderador, estaba José Cristino I, Rey Pretérito de Rabbitland. Unos asuntillos de faldas y comisiones de tapadillo le obligaron a dejar la corona en la testa de su hijo, pero ahora vivía de las rentas, lo tenía todo en letras del tesoro, bonos del estado, fondos públicos, vaya, y se había retirado a vivir a la costa, en casa de un primo lejano que le prestaba el chalet.

España 1921

Dos mil pesetas costaba redimirse de soldado, lo que no ganaba un hombre en tres años; en eso estaba salvar el pellejo o jugárselo a cara o cruz en las montañas del Rif y por no tener dos mil pesetas, le reclutaron al hijo. No es menester morirse para llevar el infierno pegado al corazón, quemándole el bolsillo de la zamarra, en forma de una carta renegrida, ya de tanto sobarla; una carta que nunca podrá leer, porque ninguno de los dos, ni María, ni él, saben hacerlo.

No le des más vueltas

«Dirán lo que quieran, pero esta es la mejor hora del día para echar la siesta del carnero, nada más almorzar. ¡Jesús, María y José, cómo estaban los torreznos! Aquí, al arrullo del confesionario, con este solecito mañanero que adormece el espíritu colándose por la celosía de la ventanita, el lardo todavía caliente esmaltándote los labios y ese dulce regurgitar del carajillo de anís, que se te viene a la boca con cada regüeldo. ¡Señor, qué paz!»

So happy together

«Con Marisa es como si fuéramos hermanas de leche, no tiene nada que ver con serlo de verdad, tú me entiendes; se trata de haber compartido demasiadas cosas juntas, algo parecido a la versión golfa de la fraternidad».

—Arréglame las puntas, cariño, que las llevo abiertas, y a ver si cambias las revistas, que estas ya tienen cardenillo en las grapas, mona.

«Me entretengo con un ejemplar de «Cola», cotilleo marujil en vena. Un número antiguo, que fue trending topic en el pleistoceno».

Sexta flota

Aquel día los grises iban a saco, sin bozal. En Urquinaona compartía un palomar, reconvertido en piso, con dos aragoneses, de Alcañiz, y como pintaban bastos decidimos que lo más sensato era retirarse a los cuarteles de invierno; así que tiramos por la ronda, cap a casa. Pero a la altura de Plaça de Catalunya un despliegue de «tocineras» nos cerró el paso, los romanos cargaron como fieras. Literalmente, con la jauría pegada al culo, los de Teruel y yo echamos Ramblas abajo buscando la salvación. En la Boquería me di cuenta de que los había perdido y, en un escorzo a la derecha —puede que el único en toda mi vida—, eché por Sant Pau, con un aliento cuartelero a cazalla quemándome el cogote.

Tatuaje

Lo que te gustaba a ti, la Piquer, y por encima de todas sus canciones, Tatuaje: «Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga, había la tristeza / doliente y cansada del acordeón». ¡Qué tiempos, amor mío, cómo te echo de menos! Ahora solo me quedan estos ratos que paso hablando solo, contigo, aquí, en el cementerio, sentado a tu arrimo, viendo cómo acude el mar a la bocana del puerto, atraído por el guiño insinuante de esa linterna cómplice.
Lo que te gustaba a ti, la Piquer, y por encima de todas sus canciones, Tatuaje: «Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga, había la tristeza / doliente y cansada del acordeón».